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lunes, 21 de marzo de 2011

Que Nunca Termine 24


Al ver la cara de Jack Bauer, el inmortal héroe de carne y hueso de esta serie, que tiene una sola locación importante (CTU) y varios exteriores que bien podrían ser el patio trasero de una fábrica, una casa elegante o la azotea de cualquier edificio de más de veinte pisos, me llama la atención verlo siempre ocupado, sin tiempo para pensar qué sucederá mañana con su vida, si tiene que ir a recoger a su hija (ya grandecita después de diez temporadas), ir a alguna reunión de trabajo, o peor, si debería hacer algo con su vida. Jack Bauer no piensa en el tedio o la angustia de su condición humana, a él no le interesa el tiempo ni la nada (no debió haber recurrido a Heidegger).   El es un héroe, la encarnación moderna de los héroes clásicos,  que debe superar pruebas inconcebibles, incluso visitar el reino de la muerte por unos segundos (no recuerdo exactamente en qué temporada fue) para regresar y terminar su misión. 

24 tiene el poder del mito, nos remite a las historias fundamentales que, desde antiguo y hasta ahora se repiten con frecuencia y esperamos ansiosamente como un ritual necesario. Jack es un titán, como lo es Prometeo, que entrega el fuego a los humanos para que puedan cumplir con su destino. Es Teseo que va en busca del Minotauro que amenaza su modo de vida ayudado por su leal Ariadna (Cloe) que desenrolla el hilo de la información a través de la mejor tecnología, un héroe que sabe usar todos los recursos disponibles mejor que nadie y eso lo convierte en el modelo moderno que se debe seguir: de una inteligencia a prueba de todo, un nivel de ejecución preparado para cualquier imprevisto, un “multitask”, siempre con el objetivo impreso en su mente.

24 nos cuenta una historia de dioses y héroes enfrentados por motivaciones diferentes. Los humanos aparecen fallando permanentemente: los policías, los delincuentes comunes y la gente de la calle son meras piezas sin valor utilizadas para justificar la esencia de la disputa metafísica. Dioses, héroes y humanos se entremezclan como sucede en los relatos de la antigüedad clásica, todos se interrelacionan y funden en una sola trama que sabemos de antemano su final. 

Jack Bauer no muere, y si lo hace será para reinar desde el otro mundo. Es el modelo del héroe clásico por tres motivos: sabe qué hacer en todas las situaciones, domina su entorno y también a sus posibilidades a la perfección.  Fue formado con los mejores maestros, viajó al inframundo para encontrarse con sí mismo y con el sentido de las cosas (él muere clínicamente en alguna de las temporadas y su mujer también muere en un accidente). Sus misiones le recuerdan permanentemente su destino, vive para recordarse que es inmortal, que se debe a un bien superior del cual se siente parte y un poco dueño también. Jack Bauer no tiene amigos sino admiradores y su gran drama radica en que no puede ser humano, porque al serlo dejaría de entregar el fuego a los hombres.

Una historia bien contada, basada en los insights que definen nuestra especie, un eterno retorno, la lucha del bien y del mal sostenida por dioses y demonios que, aunque mejores que nosotros, son volubles y luchan permanentemente contra sus emociones evitando así la humanidad que en el fondo desean profundamente.

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