Hugo Chávez está viejo y débil. Ya no es el mismo líder que maniató un país completo y por algunos años nos hizo creer que podía comprar algunas conciencias y que su modelo era exitoso.
Sus políticas se encargaron se asfixiar el único valor sobre el cual un país puede surgir: el estado de derecho, la libertad de emprender y opinar.
Hace unos días estuve con un amigo muy cercano a una de las compañías petroleras más importantes del mundo. Ninguna de ellas, me decía, puede darse el lujo de perder lo invertido durante tantos años. Es cierto, respondió a una pregunta típica, la industria del petróleo deja miles de millones de dólares en ganancias, pero también requiere de miles de millones de inversión para que pueda operar de forma eficiente. En Venezuela, la decisión que han tomado muchas de ellas es seguir explotando los yacimientos, seguir las reglas que el gobierno les impone, pero no hacer ni una inversión adicional que las necesarias para seguir operando.
Chávez ha destruido el valor de Venezuela. Ha tenido la suerte de tener precios altos de su principal producto y regalar los excedentes que no reparte entre sus amigos a la gente necesitada a través de programas sociales manejados ineficientemente.
Ha destruido el valor de un país al expropiar y creer que “sus” técnicos podrían igualar la gestión profesional de los dueños de esas empresas.
Ayer anunció que suspende la ayuda al gobierno de Evo Morales (¿podrá Evo sostener su corruptela sin el dinero chavista?). Se le acaba la plata. Ya sabíamos que era un país inviable desde hace unos años: gastaba más de lo que producía.
Tengo la firme convicción que no hay nada más funesto para un país que su clase dirigente además de corrupta, sea incompetente. Chávez se ha rodeado de incapaces corruptos avalados por el poder de las armas.
Ha destruido el valor del país, también, destruyendo la capacidad emprendedora y creativa de sus ciudadanos. Algunos de ellos, grandes empresarios y emprendedores que decidieron quedarse, se vieron obligados a sobrevivir siguiendo el juego de su corruptela. El otro gran grupo, el de los funcionarios, ejecutivos y mano de obra que creía en que el progreso y el mérito eran los grandes motores para alcanzar mayor bienestar, se vieron enfrentados a leyes laborales que garantizaban su estabilidad y también el impedimento de avanzar.
Todo comenzó mucho antes de fines de los noventa, con un sistema oligárquico disfrazado de democracia, muy corrupto. La población se hartó de él, como sucedió en Perú en las últimas elecciones, y votó por una promesa que nunca fue tomada en serio. Cuando ya era tarde y estaba primera en la intención de voto, nadie se preocupó de analizarla críticamente. Había aparecido el héroe: no era Winston Churchill, pero bastaba que hablara fuerte y claro. El establishment intentó negociar sin éxito y la gente de la calle quería un castigo ejemplar para los culpables de sus angustias. Así fue como el chavismo se hizo del control político y constitucional, traspasó el aparato productivo y el dinero disponible a su ámbito, distribuyó la riqueza sin criterios técnicos y se hizo de los medios de comunicación opuestos a su programa. Las consecuencias eran previsibles: manipulación, restricciones de precio, cierre de empresas y escasez.
Ya no es necesario imprimir más dinero ni llenar los bolsillos de la gente con billetes. No hay qué comprar. El mercado negro al cual solo algunos privilegiados pueden acceder es pan de cada día. Los demás hacen cola para acceder a comida y salud.
Se ha promediado para abajo. La sociedad venezolana está en camino a vivir bajo un sistema de economía de subsistencia.
Pero la olla va a reventar y el señor Chávez, usando como argumento su enfermedad pedirá que se lo exima de toda responsabilidad. Los pocos miles que creían en él y los muchos otros que tienen la esperanza de una solución mágica saldrán a la calle a protestar y, ahora sí, unidos a la valiente oposición que antes de esto no hacía mella en el dictador incompetente, presionarán para que se produzcan los cambios que el país necesita.
Sin embargo, la historia nos muestra que ningún régimen fuerte se cae solo por presiones externas, colapsa cuando desde su interior aparece un disidente que, como una bacteria, intoxica el sistema y lo hace colapsar.
El Dictador Incompetente se eximirá y verá caer su régimen cuando, ya sin un heredero válido, los carroñeros se disputen lo que queda y entre ellos terminen con lo que han creado.
La pregunta es: ¿está Venezuela preparada para este cambio inminente?
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