Como me recodaba mi abuela Josefina, no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. En estas veinticuatro horas todo un año se arremolina en un balance inevitable, en un ritual que llevamos dentro, como si fuera parte de un mecanismo genético de selección, evaluación y archivamiento de aprendizajes. En este proceso, utilizamos palabras poderosas para definir de una forma más o menos clara lo que fue y lo que vendrá en nuestras vidas y, a medida que nos acercamos a las doce la noche, una de ellas destaca sobre todas las demás: propósito.Cuando uno se evalúa a sí mismo, la complacencia se hace pública y el arrepentimiento se guarda como insumo fundamental de los propósitos para el futuro. Propósitos que normalmente se basan en lo que no se alcanzó a culminar, lo que se hizo mal o lo que ni siquiera se planteó que podría hacerse para lograr la felicidad. “Propósito” es un objeto que se mira con el fin de alcanzarlo, un “algo” sobre el que se fija la atención, se concentran las ideas, los recursos y las energías.Resulta que el tiempo es el mismo para todos. Es un fluido sobre el cual devenimos, es el pegamento fundamental sobre el cual vivimos, que marca los ciclos y el ritmo del existir, ya sea de forma natural como el día y la noche, el social como las horas de trabajo, o el individual como el manejo de la agenda personal. El tiempo es un recurso limitado, como lo son los recursos naturales: se acaba con nuestra vida y, por eso, es inevitable asignarle valor. Pero, ¿qué valor puede tener el tiempo? Quizás el de hacer provechosa la vida. ¿Qué la hace provechosa? Convengamos que la vida es provechosa cuando sentimos que somos felices porque realizamos gran parte de nuestros propios anhelos y logramos hacer el bien a otros. Ningún tiempo es diferente a otro: dura lo mismo, avanza igual para todos, sin embargo, su valor puede diferenciarse por el impacto de las consecuencias de las decisiones que en su nombre se toman, impacto que se mide por la cantidad de vidas humanas que se ven afectadas por ellas, ya sea en el presente o en el futuro.En una sociedad en la que los mejores muchas veces se confunden con los más populares, en la que un estado de derecho no es tan derecho, en la que la clase dirigente y la clase gobernante no se ponen de acuerdo, o donde la incompetencia se confunde con la corrupción, los propósitos y fines se enredan entre los anhelos personales y el bien de la sociedad.Estas líneas están dirigida a todos, pero especialmente a quienes ostentan el poder suficiente para afectar la vida de muchos, al 20% de los ciudadanos que puede afectar el futuro y bienestar del 80% restante que vive de acuerdo a sus opiniones, decisiones y acciones. Está dirigida especialmente a quienes, a menudo, confunden los propósitos individuales con el bien colectivo, a quienes deberían dejar de lado el pragmatismo de los acomodos del momento y ser consecuentes con las ideas y acciones que se orienten al bien general. Está dirigida a ellos, con la esperanza que coloquen en su lista de propósitos el librar triunfante el desafío enorme de alinear los anhelos propios y ajenos y ser conscientes que liderar significa estar a la altura del desafío: ser los mejores en lo que hacen y estar guiados por principios y no intereses.
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