ESTACIÓN LIMBO
Sebastián Lohengrin
2015
…en
el vacío se fragua el mundo…
1
Caerán mis
lágrimas en la fuente de los hombres y llegarán al fondo, inmunes a los ojos que reaccionan a la luz.
Engendraré conmigo
al mundo, lo pintaré con palabras. Colmaré el infinito, no permitiré que los
dioses se harten de mi.
Arrancaré pedazos
al vacío, antes que envíen la muerte como un aguacero y apague las llamas que
nacieron del relámpago y del azar.
2
En la bóveda del
cielo, bajo ella
fluye
el universo. Mis pies no tocan la tierra, una silla me recibe. El silencio deja
pasar los sonidos, mudos acordes confunden al tiempo. Observo al disco, su eje
no coincide con el centro. Irregular, en delicado equilibrio con las fronteras,
gira lentamente. La falda de un enorme monte penetra al océano y su agudo pico
roza ambos polos. Los planetas se mueven concéntricos, las estrellas giran a su
alrededor. Está poblado, seres animados viajan sobre él; regresan una y otra
vez al mismo punto imaginando el porvenir. El trayecto les afecta, entretanto, las
leyes ciegas e inmutables se les revelan, consumen su existencia preguntando y
respondiendo ¿por qué?.
3
Cuatro oídos
vigilan los confines, cuatro bocas anuncian la verdad. Mis extremidades
alcanzan las cuatro puertas. Mi rostro se cubre con las cuatro máscaras. Tengo
nueve corazones, uno por cada infierno; siete almas, una por cada cielo.
4
En el principio
era el verbo, el
verbo estaba conmigo, el verbo era yo. Él era conmigo en el vacío del principio
y se manifestó cuando lancé un sonido que lo remeció. La perturbación parió a
la existencia y ella a sus retoños que fueron nombrados. Millones de susurros revolotearon
como flujos y reflujos, menos uno, que se perdió en la inmensidad del vacío.
5
Caigo de canto,
doy contra el granito poroso. Giro como un trapecista. Un golpe remece mi piel,
el frío eriza los músculos, un punzón penetra mi nuca. Reboto de nuevo.
Sorpresa. Calor. Dolor. Agitación. Ardor. Aúllo.
El sol desaparece
detrás de una nube, la lluvia golpea mi espalda desnuda. El agua trepa por mi
vientre, por la espalda, avanza por la boca, anega la nariz. Sube, sube. Se
inunda el almacén de oxígeno. El corazón rebota, busco una salida, lanzo
manotazos, muevo las piernas inútilmente. Todo se detiene.
6
Delgada brisa, bostezos
de migas. Párpados pesados, cortinas de plomo. Nada interfiere con el sueño que
se acerca como una ola a su orilla.
Convertidos en una
mancha de formas quietas que vagan sin interrupción, siguiendo un pulso que no
pronuncia, los Señores de la Oscuridad y de la Luz intercambian el silencio con
palabras que exilian al destello y la sombra, palabras que encajan como los
hilos de las leyes del universo. Antagonismo, belleza sublime, absoluta.
Ascienden expandiéndose en una sinfonía inmóvil.
El tiempo baila,
los números se engranan, el cosmos observa las letras engarzadas en un anillo
dorado que rodea la bóveda celeste. De las profundas cavernas del vacío
destellan las virtudes en el cielo. La verdad se deshace en burbujas y el
universo murmulla.
7
Espasmo ausente,
palpita en ecos; la última brisa de otoño se refleja en la noche ondulada sobre
la ensenada, los pastos artríticos mecidos por el viento, el agua salada que
ahoga al río, el alerce alimento de las termitas, la nube negra que engulle a
las demás, los rayos que parpadean sobre la luna anhelan enmarcar las lágrimas
con palabras. Revientan en el intento y retornan pulverizadas al inicio.
Los velos caen
lentamente como cortinas de humo,
como cortinas de
garúa caen lentamente. Se aquietan sobre las cosas, una delante de otra. El río
de una orilla fluye implacable. Respiro aire y agua, me golpeo contra las
rocas. Las cicatrices enmudecen. El río está furioso. Imito a los peces,
fracaso. Floto con los pies por delante, voy. Siento el sol en el rostro, olvido.
8
El frío arrecia,
la lluvia cae, regreso del colegio y siento los golpeteos de su corazón
cabalgando con los míos. La luz de la pantalla es apagada por la hora, las
sábanas pesan bajo las frazadas que me cubren como una hogaza salida del horno.
Sueño con un sueño que me sueña. La alarma se adelanta a la madrugada, la ducha
tibia tiene olor a lavanda, la menta se evapora por mis narices, el frío eriza
mi piel. Camino al colegio. En la puerta nuestros ojos se encuentran, (mi
corazón se llena de vanidad porque tengo su atención). El invierno rebota en
los pasillos. Las nubes se enfurecen porque jugamos en el patio. La tinta
inútil llena los cuadernos, el fin de la jornada coincide con el hambre
insaciable. Camino aliviado hasta la puerta, mis ojos esperan encontrarse con
los suyos que me esperan impacientes. Sonreímos al destino, las nubes ceden, la
última ráfaga sopla sobre nuestra adolescencia. El invierno se lleva su imagen entumecida
con él.
9
Voy con mis padres
de la mano, el aroma del ciruelo en flor nos acompaña. Quieren que apure el
paso, mis piernas se resisten, es de mañana, queda mucho para regresar.
Los edificios
están abrigados por el mármol, las conversaciones se acumulan, el musgo es
soberano.
Mi cuerpo se
refleja en las vitrinas, se hincha como un globo sin paredes.
La gente, el aroma
se desvanece.
Desorientado, las
palabras se anudan en mi garganta.
Tiemblo, ningún
lugar parece repetirse.
10
Las luces repican
en los ojos. Carcajadas, bocinas, música, llantas y chillidos de hambre,
miradas desconfiadas, lata limosnera, susurros, taco, taco, taco, taco,
pantallas en movimiento. Una puerta se arrastra, retumba en los muros que se
elevan como farellones infranqueables. Las ventanas fraccionan el día en un
crisol de realidades, tiempo rebanado en jirones encapsulados. Los verdugos del
silencio domestican la existencia, agregan tiempo inútil, la hierven
despellejándola sin piedad y luego la rellenan con palabras sin sentido.
Nergal y Pazuzu se
alzan sobre el pórtico más antiguo. Abren sus ojos en el umbral del crepúsculo
donde la luz se empoza en los ojos de Virgilio. Beatriz se levanta la falda
para mostrar sus piernas varicosas, Polimnia vomita arrodillada en la vereda.
Dante juega a los dados con Tulio. Eykem intercambia palabras y caricias con
Venus.
La ciudad brilla
de noche, el cielo refracta su luz, ella no quiere escapar al infinito sino
develar sus muros firmes y agrietados. Un ermitaño camina hablando sólo, bajo
la sombra de un denso bosque cuyos árboles solo él puede esquivar. Los
ladrillos se ordenan dirigidos por el equilibrio y la simetría. Veleidosos, se
mueven en un continuo fluir entre el susurro y su opuesto.
El sueño me bate,
la imaginación es un pesado baúl.
11
¿Dónde estáis,
jovencísima, que siempre me despiertas a la hora matutina, dónde, oh luz?
Ese jueves… aquel
jueves que te vi yo desde mi terraza, saboreando el dulce de leche en mi boca.
Enero incandescente. A las tres de la tarde salí a la calle con el recuerdo del
sabor en mis papilas, porque te vi al finalizar el almuerzo, cuando mis hermanos
ya se habían levantado de la mesa y yo, rezagado, quizás sabiendo que
aparecerías, te imaginé entre las ráfagas rebeldes que encanecen al océano: tu
cuerpo delgado, tu rostro afilado, tus ojos negros, tu blanca piel de
adolescente, tu boca de labios pálidos, la fibra de tus muslos, el color
anisado de tus cabellos, las curvas de tus pestañas, la dulzura de tus pómulos,
el control de tus movimientos, la extensión de tus dedos, la paz de tus
facciones, la sutileza de tu sonrisa...
Repito todos los
días, a la misma hora, como si fuera un ritual, niña manjar, los movimientos
que me hicieron verte. Salgo a la calle una y otra vez, lo hago hasta el cansancio
y no te encuentro. Lo hago hasta que las madres con sus hijos regresan, cuando
el día envejece una y otra vez y suspiro ante mi fracaso y te guardo hasta el
siguiente amanecer.
¿Dónde estáis,
jovencísima, que siempre me despiertas a la hora matutina, dónde, oh luz?
Pregunté tantas
veces por ti, mi niña del jueves, pero nadie le puso nombre a tu rostro, a
pesar que te describí como nadie podrá hacerlo jamás.
12
Ingreso con la
vista alzada, sigo el movimiento de las campanas, el sonido llega tarde a mis
oídos. Traspaso la puerta de los hombres. La luz del sol se disloca en los
cristales de colores. Enormes lámparas parpadean en la espina dorsal de la
nave. Avanzo por un pasillo lateral hasta la primera fila. La diosa madre, su
consorte, su hijo, el misterio y su séquito me observan con ojos secos y
compasivos. Bajo la vista al relicario, el cirio está prendido, la guío a la
alfombra roja que avanza por el pasillo central y la deposito en mis manos.
Repito un canto en silencio que adormece mi imaginación. Los pensamientos se
diluyen como mantequilla en el fuego. Lanzo mi voz en un murmullo que rebota en
la piel de dios. La vibración del aire sube por la garganta, reverbera en la
cavidad de mi cabeza, se empoza en la nuca y el silencio aislado y sin residuos
recubre sus paredes. Los ángeles revolotean. El corazón está apaciguado, las
extremidades a merced de la tierra, las ventanas ciegas al mundo, la espalda
curvada como el muro de un castillo cerrado a los invasores. Arrodillado, la
cabeza se apoya en las manos abiertas que la reciben con seguridad.
Dentro de la jaula
transparente, cae la persiana negra,
discurro sobre la roca pulida del tiempo. Soy agua que fluye por todas
partes, nada queda sin que yo lo anegue.
13
Es nuestro, el
mundo, es nuestro el poder irrefrenable; convertimos la luz en vida, el agua en
vida, el viento en movimiento. Tus pestañas atrapan el mundo y lo deja reposar
y giramos como bailarines derviches tomados de las manos; giramos, giramos
mirándonos a los ojos, fundiéndonos como el mercurio y nos traspasamos mientras
giramos, giramos, giramos y nuestra alma se expande como espuma, copando todos
los rincones del universo.
La luna es testigo
de nuestro amor, de la fuerza que se diluye con los rayos del sol, sol al que
le rinden pleitesía las leyes y la conciencia, pero nosotros, amor, amanecemos
en la penumbra del día, cuando la luz se oscurece, cuando baja la temperatura
lo suficiente para necesitarnos, necesitar abrazarnos, abrazar amándonos, amar
tu cuerpo y bailar nuevamente.
14
Son tan pocas las
certezas, por ejemplo, el azul noche de tus ojos. Tan pocas como tu sonrisa de
luna, que no puedo dejar de pensar en ese julio que me acabaste mientras
estirabas tus dedos de raulí y tocabas las estrellas y yo miraba tus piernas
abrigadas con el frío de tu voz. Flotabas sobre palabras limpias en la
superficie tenue de tu garganta. Caminabas delante del brillo escarlata de tu
pelo.
Recuerdo las
lágrimas que escondí detrás de mis ojos, de mis pasos que intentaron quedarse
atrás para que mis oídos, que presagiaban el fin, fueran engañados con la
esperanza del arrepentimiento que nunca llegó.
Son tan pocas las
certezas como aquella noche frente al lago, desvaneciéndote detrás del sonido
de los tablones del muelle, con el volcán de testigo y las gotas de lluvia que
lloraron sobre mi.
15
Extraño los
colores que iluminan mis recuerdos, extraño el aroma que los desordenan.
Extraño el sabor de tu piel, los acordes de tu risa. Extraño tus caricias,
ellas sostenían el mundo.
16
Son tan pocas las
certezas, como aquel día que me eché a dormir, agotado, recordando la
advertencia de la anciana: “En Ralún el agua sube, siempre sube”. Mi sonrisa se
expandió con suficiencia, estiré las piernas mirando al río en dirección al
mar. Sus ojos iluminaron una parte de la oscuridad, vi un dragón que lanzaba
agua cristalina y furiosa contra el océano. Parpadeó iluminando más arriba,
donde la tierra estaba seca y resquebrajada y un bote moría de sed. La
oscuridad regresó acompañada de un murmullo sostenido. Me asomé afuera. Las
burbujas que ascendían, inexorables, reventando en las imperfecciones de la
tierra seca, se convirtieron en las perlas estrelladas del cielo.
Son tan pocas las
certezas en la vida como el agua que sube, que siempre sube en Ralún, donde el
mar trepa, se traga al río, rescata al bote, yerma la tierra yerma y se retira
al susurro de su profundo sótano.
17
¡Flotemos!
Me tomó la mano y
sentí elevarme con la marea que inflama el océano. Arrasamos con las islas. La
brisa se estrelló contra mis oídos, la lluvia y la sed no me vencieron; fui
Nut, ella Tefnut y curvamos la tierra.
Descendimos de
nuestro bote y nos confundimos en el tiempo. Yo quería fluir, ella imaginaba.
El pasado era una presencia permanente, una punzada penetrante y dolorosa. Me
refugié en mis voces, ella en las de otros. ¡El mundo es infinito!, ¡para mi
sólo un disco que gira! En la oscuridad, nuestras almas se reencontraron una y
otra vez, se expandieron repitiendo palabras de altamar. Una criatura
interrumpió el sueño. Lágrimas de colores cayeron en la almohada. Antes de
imaginar su suave piel, sus manos en las nuestras, antes de encariñarnos con
sus ojos de aceituna, con sus delicados pies, de imaginar su futuro, su primer
cumpleaños, antes de elegir su nombre, de llegar a la frontera donde el
instinto se confunde con amor, la asesinamos.
La tierra seca y
resquebrajada se la llevó.
18
El juego del juego
es vivir renaciendo ¿Hay algo de ello merecedor de llamarse vida? ¿Vivir para
obtener abundancia: monedas para comprar máscaras, para gastarlas en el placer
de hacerlo, para apostarlas en antojos, arriesgarlas en el precipicio de la deuda?
Atrapado en la
sombra que se extiende por la espalda cuando supero el mediodía, cuando la
ceguera del resplandor imagina el juego infinito, en esa pequeña brecha entre
partida y partida, se produce una conmoción justo cuando, precisamente donde la
oscuridad llega a su máxima expresión que dura tan poco pero lo suficiente para
mostrar la soledad envuelta en la insignificancia de la inmensidad. No es
posible escapar al minúsculo instante de lucidez, al momento que se expande
como una cueva que alcanza el tamaño del universo, donde el demiurgo abre su
boca y repite:
“El baile ha
terminado. Ya os dije: que las máscaras eran solo espectros y se evaporarían en
el aire. Y al igual que el tejido inconsistente de esta alucinación, también
las torres coronadas de nubes, los palacios espléndidos, los templos
majestuosos y el propio mundo inmenso y quien lo habita, todo se perderá, y
como esta danza ilusoria, no dejará ni rastro. Compartimos materia con los
sueños y en sueño acaba nuestra breve vida”.
19
Adquirí el hábito
de emborracharme para calmar la arritmia del corazón. La falta de aire
desesperaba mis pulmones, el sudor frío anegaba mi libertad. Extinguí el hábito
de curiosear sin éxito. Registré las preguntas eternas: ¿por qué las estrellas
gotean?, ¿soy el hombre de tus sueños?, ¿por qué abres las piernas?, ¿me
imaginas como el perfecto sustituto?, ¿por qué el viento tiene olor a sándalo?,
¿se acelera tu corazón al imaginarme?, ¿por qué una vez concebido, solo queda
esperar la muerte?
20
Las leyes ciegas
esconden la realidad en la sombra de mi inteligencia.
Ruedo colina
abajo, me estrello con los pasos de una procesión. La memoria acumula aquí,
vacío mi pasado allá. Sacerdote y redentor, contexto y profeta. Tumulto
parlante y enajenado, causa inerte, inercia caudal, carne sumergida, intelecto entregado.
Camuflado como una
hoja de pasto en el prado, la calumnia es evitada por el autómata que reproduce
lo que lee, que comenta lo que observa. Soy legión, acomodo y metamorfosis
permanente, prisionero de los gigantes microscópicos. Ventana espejada, eco de
la celda, angustia, burbuja de azufre que no revienta.
Ingreso al
laberinto de las ideas, escucho conversaciones: ¿cómo redactar el mundo y poner
en práctica la imaginación?, conceptos de pizarra, polvillo de tiza.
21
¡Me quiero arrancar
la piel! Mis nudillos sangran. ¿Por qué todo esto? El tiempo es un basurero, lo
poco que sirve de mí es insumo para otros. Ensordezco.
¿Por qué todo
esto?, ¿Para qué? ¡Para qué! Corro hasta que el corazón salta al pecho y sube
por mi garganta buscando una salida. Grito para perder el aire, la fe
¿Sobrevivir?
¡Ángeles, señores, seremos ángeles! ¡Energía, señores, seremos energía! ¡Nada
señores, seremos nada! ¿Qué importa todo esto?, ¡seamos parte del vertedero
universal!
Vivio bajo el
mandato de un dios que sólo quiere morir de frío.
22
El agua se deja
atravesar por tantos puentes, es sometida a tantas exclusas, a barreras que la
acumulan en un intento de dominarla, ¡cuántas veces se empoza y pudre en los
meandros de la mediocridad!, infección que se diluye en los rápidos que avanzan
prístinos hacia el mar de la eternidad.
La sangre late en
la bisagra de las generaciones, palpita pura en las arterias que ven su
amanecer, pulso sincronizado con el cosmos, pequeña creación en medio del
vacío.
Retoño, llegas
como una extensión genética, carne animada, sobreviviente vencedor de la
primera batalla que te da derecho a respirar. Al abrirlos, el brillo de tus
ojos me introduce al pasado en tu porvenir. Necesito un mundo dúctil que pueda
modelar con mis sueños para ti. Si no pudiera hacerlo, acudiré a los ángeles,
ellos cosquillearán mis neuronas y harán llegar a la bahía de mi ingenio los
recursos para que puedas extender tus fronteras en los años que el destino te
permita existir.
La vida me anima
al verte, también se derrumba, veo mi muerte en la tuya. Tan breve somos, yo
más que tú, ahora que has nacido.
23
Mediavida.
Aterrizo, el metro me acerca a pocas cuadras, camino envuelto en el aire seco y
frío de las diez de la mañana. En la dirección adecuada una bocanada tibia
acaricia mi rostro, la última mesa me espera como siempre. La música gira como
una rueda; el techo de madera, apuntalado por gruesas columnas, me recuerda la
casa de campo que alguna vez habité. El sabor del café es extraño, en su
terrosidad esconde la paz de un sustrato fértil sin ambición. El cuaderno
ansioso espera sobre la mesa, tomo la pluma, apunto al papel, exprimo frases,
el árbol no tiene raíces, la inspiración se ruboriza de vergüenza. El conflicto
ausente desmotiva la palabra (¡cállate, llena el mundo con silencio, las
palabras hoy distraen!), la música habla con notas distantes. Fijo la mirada en
una cava alta y delgada. La calma discurre con nostalgia. La estufa está
prendida, se alimenta de trozos de madera. El bufido hirviente y purificador de
una máquina interrumpe cada cierto tiempo como la locomotora de un tren expreso
que no lleva a ninguna parte. Observo el cuaderno, es inútil, nada saldrá hoy,
nada quedará impreso más no sea en mi memoria. Lo guardo con cariño, hoy no
podré perder el tiempo trasvasando palabras de un lado a otro. Afuera hace
frío, la gente camina y yo me diluyo en el deseo de quedarme aquí para siempre.
24
Me arrastro entre
sus páginas secas. Intento recordar, con la angustia en la garganta, la
combinación de palabras. ¿Cualnosé! Me fue sustraída en el confín del inicio y
arrojada al futuro. Camino ciego hacia ella que me atrae escapándose. Su aroma
se aleja nunca lo suficiente. Camuflada en mi sombra cambia como lo hago yo.
Soy el punto de su destino, la serpiente que se recoge en su extensión
infinita, la nube que cambia con el viento. Incompleto, me está prohibido
decir: aquí yazgo yo.
25
En cuanto juego de
fuerzas – dice quien comprende estos asuntos – juego de fuerzas entre lo uno y
lo múltiple, fuerzas que aumentan aquí y disminuyen allá, un mar en sí mismo de
fuerzas enfurecidas y agitadas, transformándose eternamente, regresando al
principio en flujos y reflujos, desviamos la atención al destino que aseguramos
conocer.
26
Florecen nuestras
palabras y ya añoramos su recuerdo.
Si describir mi
vida fuera, lo haría rebanándola en los episodios de nuestras conversaciones.
¿Qué explicación puedo darle?: ¿la conjunción de los astros, la expropiación de
nuestro pasado, las preguntas prohibidas, el asesinato de la divinidad, la
distancia? Somos poderosos, nada es capaz de impedir el cataclismo cósmico que
significamos entrelazados. Nuestros brillantes paréntesis reaniman al mundo.
¡Qué importante es mirarnos las caras, comprender la necesidad mutua del otro!
Burlamos al tiempo cuando nos internamos en sus profundidades. En la brevedad
producimos placer escuchándonos, enriquecemos el universo en el alma que
inventamos. Prodigiosa es la comprensión, nos anudamos en ella, confeccionamos
máscaras para destruirlas, inventamos laberintos de preguntas, hablamos del
atrevimiento del amor y del consuelo, abrimos los caminos con el machete de la
herejía. ¡Qué silencios, vacíos plenos de posibilidades!
Impresas con
fuego, nuestras palabras interceptan mi devenir.
27
Las nubes se
cierran. Lluvia tibia y exuberante. Sin testigos, escalo un edificio muerto que
corona el recorrido de la ciudad sagrada. Una puerta invisible desde abajo
aparece antes de llegar a la cima, la curiosidad ingresa antes que yo y me guía
silenciando las advertencias del instinto. Muros de roca, río reverberado,
descienden hasta donde la luz no puede estirarse más. Un destello rebota en la
piedra pulida, titilea el claroscuro desnudando sutilmente una inscripción en
el techo que baja en forma de dos serpientes aladas entrelazadas abrazando el
túnel en dirección a la puerta donde termina el camino. La advertencia sube por
la espalda y se ancla en la nuca. Enciendo la linterna y la apunto adelante. Un
susurro de aire mustio interrumpe mi siniestra, otro (quizás el mismo), la diestra.
La luz se detiene en un enorme cajón de obsidiana, el corazón martilla, estoy
frente a una tumba que se extiende horizontal en el centro de una caverna que
parece llegar a la punta de la pirámide. Susurro: “Pakal”, “Pakal”, “Pakal”.
Inspiro y exhalo invisible.
Retrocedo cuidadosamente hasta que un muro me detiene. Busco la salida sin
éxito, no hay puerta alguna. La tapa azul se eleva, flota en el aire hasta
perderse. La vista se nubla. El silencio vuelve a hablar: “K'inich Janaa´b Pakal”.
Parpadeo, un aroma cítrico invade la cripta. Un espectro vestido como el rey
tallado me atraviesa con sus ojos. Soy atravezado por su destello opaco que
anuncia la luz delirante. No veo los miembros del sol, ni la potencia vellosa
de la tierra, ni el mar; hasta tal punto estoy inmóvil en el denso secreto de
la Armonía, soberbiamente feliz por la plena soledad que reina.
28
Murmuro en el eco
del tren subterráneo, en la conversación distraída, con el primer café de la
mañana, en la rueda que gira, con la música del mercado, en la luz roja, con el
aire en el rostro, en la micción placentera, en el sueño liviano, con la
armonía dodecafónica, en la astringencia del vino, en los pasos perdidos, en
los ojos de la mujer insípida, en la conversación inútil. Explosión de
respuestas que buscan ser fertilizadas, pulsos inasibles, intuiciones
transparentes, rebosantes de verdad.
Recipiente, recibo
el maretazo. Rebalso en él, arrancado de mi mismo, impregnado en el remolino.
Anegado, con la respiración contrahecha, boca arriba, escucho el escurrimiento.
¡Maldita arena
entre mis dedos!
Solo queda este
puñado de infinito.
29
Debo arroparme, el
tiempo se enfría. Esperaré la primavera sentado en el sillón con una manta
sobre mis piernas. ¡Ah! el paso del día a través de la ventana. Tomaré un libro
y es posible que camine al mercado más seguido. Veré televisión, iré al cine, recibiré
visitas, así conversaré como las hojas en estío.
El relámpago, el
trueno, la lluvia, la ráfaga. La lluvia, la ráfaga, la lluvia, el relámpago, el
trueno, la lluvia, la lluvia, la lluvia, la ráfaga, el relámpago, la ráfaga, el
relámpago, el trueno, el relámpago, la lluvia, el trueno, el trueno, la lluvia,
el trueno, la lluvia, la lluvia, el sueño.
Una puerta de
palabras fracaso colocar en la avería del equinoccio. Crujo al vestirme, las
rodillas chirrían, un aguijón punza mis tobillos. El espejo está empañado, la barba
se asoma. Salgo a caminar. Me dejo llevar por las imperfecciones de la calzada,
disfruto viendo los charcos embarrar mis botas. Una gota lucha por abrazarse a
una rama, a contraluz su cristalina transparencia se estira, el suelo la atrae
pero ella no quiere abandonar la corteza del árbol que la sedujo. ¡Ay!
fertilizar la tierra es su destino, ¿será posible contrariarlo?
30
(Los colores están
apilados. Las notas se arriman. Los aromas se derrumban. La lengua repele al
verbo. La piel palidece). ¿Has cantado tu vida?. (Negué con la cabeza). ¿Es una
historia digna de tus hijos? (Negué el asesinato). (Silencio). (Dudo al
insinuarse la oscuridad al evento de mi muerte). Ni prolongando la vida le
quitarás una pizca, ni por mucho que desees agregar tiempo al paso por la
tierra lograrás estar menos tiempo muerto. (Pensé en el polvo, no fue
suficiente, intento recordar el monte). No te engañes, en ninguna parte los
lugares de la luz y de la sombra son propios, ni las emociones se adhieren para
siempre a su carácter. (Aprieto los labios, abunda el sabor de la sangre). Te
dormirás en el mismo descanso que todos, la naturaleza carece de amos
soberbios, mientras vives el mundo es infinito en todas direcciones, después de
ello, se expande en el vacío eternamente.
(Los anaqueles de la memoria brillan, los tomos de la vida se diluyen.
La conciencia planea sobre los dominios del tiempo, me elevo a la oscuridad).
31
Seré otoño en
verano, éste será el día más caluroso. La sangre no me recorre, renguea mi
memoria.
Las hojas mueren
en otoño, yo siempre lo hice en verano. El sol cierra mis párpados, seca mi
piel, el sudor cae como jugo salobre.
Este será el día
más caluroso. Soy follaje inmóvil, cáscara esplendorosa, lirio de mi amada que
sostiene el pañuelo triste.
Ella me dará
encuentro donde el camino se confunde con la sombra de la noche.
32
Del cielo cae un
péndulo sostenido por un hilo de oro, su punta se arrastra rozando la
superficie. De un lado a otro traza líneas onduladas que se extienden hasta los
confines del disco que flota por el universo. En cada ciclo las nuevas huellas
reemplazan las anteriores dejando vestigios que luego se ocultan de la memoria
con el deseo impreso de su descubrimiento.
33
La vida decae tan
lento que parece flotar.
Deambula como la
botella de un náufrago a merced de las mareas del destino. Su contenido,
fraguado por el tiempo, por la espera, por la soledad, se pone en contacto con
el mundo.
Un velo delante de
otro oculta la verdad y lanza la imaginación al lienzo del futuro.
Tragedia o
comedia, nada de lo que usamos sirve para recuperar lo perdido, son solo
palazos de arena que intentan reconstruir el castillo que somos.
La soledad nos
olvida, erramos buscando en otros lo que se fue con ella.
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