Estuve de viaje este fin de semana. Fui al norte a dar clases en una maestría de comunicación. El grupo de alumnos era muy variado, activo, con ganas. Estaba conformado por personas muy interesantes, desafiantes y creativas.
Dos días intensos y sorprendentes.
El sábado en la mañana, al fondo del salón se había sentado un
niño que no pasaba los diez años. Probablemente tenía menos. Era el hijo de una
alumna. Se sentó atrás, en silencio, con claras instrucciones de no interrumpir
las clases. Tenía en sus manos una pequeña Tablet conectada a sus oídos con
unos enormes audífonos.
Las clases avanzaron por unos minutos y noté que estaba
atento a lo que yo decía. Se mantenía en silencio, mirando como solo los niños
saben hacerlo cuando algo les interesa: directamente, con curiosidad y
concentración.
Cuando discutíamos del poder del contenido en el marketing,
pregunté si alguien tenía una cuenta de Facebook, Twitter o Instagram que usara profesionalmente. Nadie levantó la
mano. Pregunté nuevamente si alguien tenía un blog y nadie lo hizo.
Con la excepción del niño.
La mamá se volteó con los ojos abiertos, como si fuera a
dispararle un rayo desintegrador, y luego sonrió con ese orgullo que solo las
mamás pueden tener.
- ¿Cómo te llamas? – pregunté acercándome.
- Sergio.
- ¿Tienes un blog?
- Si, pero en YouTube.
- ¿Tienes un canal de YouTube?
- Si.
- De qué se trata.
- De música.
- Hablas de música.
- Si.
- ¿Por qué?
- Porque me gusta mucho.
- ¿A qué youtuber sigues?
- A Fernanfloo.
Sonreí. ¡Vaya sorpresa!, me dije en silencio.
La clase continuó.
Inspirado por Sergio, les pedí a todos que pensaran en una pasión,
en lo que más les gusta, de lo quisieran vivir. Trabajar haciendo lo que aman.
No hubo nadie que quedase indiferente. Todos se aplicaron y fueron respondiendo
las preguntas que les hacía: A quién se lo ofrecerían, por qué la gente lo
compraría, qué los haría diferentes y mejor que la competencia, cómo lo
ofrecerían y dónde. Les di 30 minutos para resolver todas las preguntas y fui
visitando uno a uno para ver cómo avanzaban.
Noté que Sergio trabajaba con su mamá. Me acerqué a ellos.
- ¿Cómo van? ¿Qué idea tienen?
- Soy muy buena en manualidades – dijo la mamá – He vendido algunas a familiares, amigos,
también en ferias y la gente me pide.
- Pero… – le interrumpí.
- No sé como crecer. Me encantaría poder vivir de esto y no
yendo a la oficina.
- Mamá, mamá – interrumpió Sergio.
- Sergio, estoy hablando yo – ella respondió firme pero
cariñosamente.
Sonreí al recordar a mis hijos y mi esposa corrigiéndolos y
enseñándoles a la vez.
- Tengo una página en Facebook, allí subo fotos de lo que
hago y algunos tips, – continuó – y me he dado cuenta que la gente me da muchos
likes y revisan los videos que subo pero nadie me pide nada.
- Quizás el negocio está en que hagas videos y contenidos
para que las personas aprendan y tú ganas plata con auspicios.
Me miró no muy convencida.
- Es que yo quiero vender.
En ese momento Sergio, que se había mantenido en un silencio
sepulcral, no pudo aguantar y le tomó la mano a su mamá y comenzó a jalarla.
- Hijito, qué pasa.
Todo el salón se volteó hacia nosotros.
- Mamá, te lo he dicho mil veces; usa Facebook y YouTube
para mostrar y vende por Mercado Libre.
Risas nerviosas en algunos, silencio en otros.
¡Qué lección nos había dado Sergio!
Él ya era un emprendedor, con su canal de YouTube. A mi me
regaló la idea de catalizar la energía de un salón de alumnos talentosos
desarrollando proyectos con ideas propias y, a todos los presentes, una
sacudida brutal de que si no le dan urgencia a sus estudios, su actitud y su
conocimiento, el mundo se los devorará en poco tiempo.
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