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domingo, 16 de diciembre de 2018

Nadia y El Mirlo Negro


Entró a la casa, dejó las llaves en un recipiente de cristal sobre la mesita de la entrada y colgó la cartera y el paño de seda que cubría su espalda. Se quitó los zapatos arrastrando la punta de uno sobre el talón del otro y los dejó en el pasillo. Se miró en el espejo. Una pantalla digital empotrada a la entrada de la cocina detectó su cercanía. Abrió el refrigerador, sacó una botella de vino blanco que había dejado para helar y se sirvió una copa. Dio una instrucción y se encendió la aplicación musical. Dio otra y una suave melodía de bossa nova salió de los parlantes que se camuflaban entre los ángulos que formaba el techo con los muros. Afuera, detrás de la ventana, que en esta época se mantenía abierta, un mirlo negro la observaba. El pájaro apuntó su pico al marco, justo debajo de sus patas y realizó tres golpes que sonaron como el picaporte de una puerta. La mujer escudriñó a su alrededor y notó la presencia de la pequeña ave. El mirlo negro repitió la acción. La mujer sonrió al verlo. El pájaro metió su pico entre las plumas que brillaban por el sol del atardecer y las rastrilló de arriba hacia abajo. A la mujer le pareció que las peinaba con algo de pretensión. Lo miró detenidamente: el animal era pequeño, su plumaje azabache, su cuerpo era macizo y su pecho varonil.


-       Hola. – Le dijo, con voz coqueta.

El mirlo negro abrió sus alas y las agitó con energía. Ella sonrió. Él la miró a los ojos. Repentinamente, el estupor tomó control del cuerpo de la mujer al ver que el pájaro pestañeaba lentamente y abría su pico para decirle:

-       Buenas tardes Nadia, estás más hermosa que nunca.

Nadia intentó ponerse de pie, pero trastabilló. El mirlo negro dio dos saltitos hacia adelante, en su dirección. El tiempo se sostuvo largos segundos, hasta que Nadia decidió hacer algo. Apuntó su rostro hacia arriba y dirigió la voz al asistente virtual:

-       Alexa, ¿qué es esto?

La música pasó a un segundo plano y una voz respondió.

-       Buenas tardes, Nadia. – Las cámaras de la cocina apuntaron hacia la ventana.

-       Es un mirlo negro.

-       ¿Es posible que, que… pueda hablar?

Se produjo una pausa.

-       Las aves no hablan, algunas reproducen sonidos similares a las palabras humanas. No es el caso del mirlo negro. Sus trinos tienen otras funciones: atraer a sus parejas o advertir en caso de peligro. Se caracterizan por su suave y armónica melodía. En Perú existe una banda musical llamada Los Mirlos.

El pájaro se elevó con un par de poderosos aleteos y se posó en la mesa de la cocina. La mujer estaba paralizada, una mezcla de fascinación y sorpresa la mantuvieron en su lugar.

-       Sírveme un vaso de whisky, por favor.  – Le pidió el ave, aprovechando que Nadia rellenaba su copa de vino y la vaciaba de un par de tragos. La voz del pájaro era profunda y engolada. Parecía de otra época. 

-       ¿Qué?

-       Un whisky, por favor. Sin hielo.

El timbre de voz era extraño, como el de los galanes de las películas en blanco y negro que acostumbra a ver los domingos por la tarde. Un escalofrío subió por su espalda. Intentó mantener la mirada del pájaro, el mirlo tenía ojos tan negros como sus plumas y creyó ver en ellos unas pestañas que los hacían más profundos.

-       Alexa. – Se dirigió a su asistente mientras se arreglaba la blusa. – ¿Es posible traducir el trino de los mirlos a palabras?

-       Es posible, si alguien hubiera desarrollado un algoritmo de ese tipo. -  Hubo una pausa. – Nadie lo ha hecho aún. Pero no obtendríamos mejores resultados a los encontrado en mamíferos superiores como los chimpancés o los delfines.

-       O sea, es imposible que un mirlo negro pueda hablar.

-       Imposible, Nadia. Además, es imposible porque el mirlo negro que está tomando del vaso que le acabas de servir no está hablando.

Petrificada por la situación, Nadia intercaló miradas cortas entre la copa y el pájaro. El mirlo negro levantó su vista hacia ella después de terminar su trago y mantuvieron sus miradas por largos segundos. Ella sintió rubor y bajó la vista. Pensó en su novio, miró su reloj, quedaba algo menos de una hora para que la recogiera.

-       ¿Por qué no lo llamas y le dices que hoy no estarás con él?

-       ¿Quién eres? – Preguntó, mirando a su alrededor.

-       Perdón. – Respondió el mirlo negro con un gesto de coquetería que a Nadia le pareció muy galante. – Mi nombre es Vicente.

-       ¿Vicente?

Estaba anonadada.

-       Astaburuaga.

-       ¿Astaburuaga? – Sus ojos se abrieron risueños. El mirlo negro sonrió con ella.

-       Músico de bar.

-       ¡Músico de bar!

Nadia comenzó a reír y el mirlo negro también. Algo extraño se instaló entre ellos y también a su alrededor. Ambos sintieron, a su manera, que el mundo se convertía en un teatro en el cual eran los únicos protagonistas. Nadia hizo un amague, el mirlo retrocedió con un saltito. Luego, el pájaro tomo la iniciativa y ella saltó a otro lugar. Se desafiaron como lo hacen dos adolescentes que no saben que el motor de su juego son las fuerzas de los instintos más hermosos de la naturaleza. Nadia saltó sobre él y lo persiguió. En el camino regó la copa en el piso y casi se tropieza con sus zapatos. Le persiguió por todo el departamento. Parecía que le daría alcance, pero el mirlo negro no se dejó atrapar y la esperó sobre el sillón de la sala. Ella, jadeando por el esfuerzo y desarmada por la mirada del mirlo que la esperaba sobre el brazo del sofá, vio abrir el pico del ave y se aprestó a escuchar la voz que la cautivado.

-       ¡Qué hermosa eres cuando te arrebatas! – Le dijo y ella sintió calor en su rostro. El pájaro se elevó y voló hacia la ventana, giró y la miró como lo hace un hombre que desea a una mujer. – Adiós, princesa.

Nadia corrió a la ventana y lo vio perderse contra el sol que desaparecía detrás de los rascacielos de la ciudad. Allí esperó que llegara la noche y fue a la sala. Una pluma negra estaba sobre el sillón. Se sentó a su costado. Le escribió a su novio. No tenía ganas de verlo, no tenía ganas de ver ni de hablar con nadie. Apagó el teléfono y las luces. La suave melodía de bossa nova apareció detrás de su agitación. Apoyó su cabeza en un cojín. Tomó la pluma del mirlo negro entre sus manos, cerró los ojos y la acarició hasta dormirse.



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