Entró a la casa, dejó las llaves en un recipiente
de cristal sobre la mesita de la entrada y colgó la cartera y el paño de seda
que cubría su espalda. Se quitó los zapatos arrastrando la punta de uno sobre
el talón del otro y los dejó en el pasillo. Se miró en el espejo. Una pantalla
digital empotrada a la entrada de la cocina detectó su cercanía. Abrió el
refrigerador, sacó una botella de vino blanco que había dejado para helar y se
sirvió una copa. Dio una instrucción y se encendió la aplicación musical. Dio
otra y una suave melodía de bossa nova salió de los parlantes que se camuflaban
entre los ángulos que formaba el techo con los muros. Afuera, detrás de la
ventana, que en esta época se mantenía abierta, un mirlo negro la observaba. El
pájaro apuntó su pico al marco, justo debajo de sus patas y realizó tres golpes
que sonaron como el picaporte de una puerta. La mujer escudriñó a su alrededor
y notó la presencia de la pequeña ave. El mirlo negro repitió la acción. La mujer
sonrió al verlo. El pájaro metió su pico entre las plumas que brillaban por el
sol del atardecer y las rastrilló de arriba hacia abajo. A la mujer le pareció
que las peinaba con algo de pretensión. Lo miró detenidamente: el animal era
pequeño, su plumaje azabache, su cuerpo era macizo y su pecho varonil.
- Hola. – Le dijo, con voz coqueta.
El mirlo negro abrió sus alas y las agitó con
energía. Ella sonrió. Él la miró a los ojos. Repentinamente, el estupor tomó
control del cuerpo de la mujer al ver que el pájaro pestañeaba lentamente y abría
su pico para decirle:
- Buenas tardes Nadia, estás más hermosa que
nunca.
Nadia intentó ponerse de pie, pero trastabilló. El
mirlo negro dio dos saltitos hacia adelante, en su dirección. El tiempo se
sostuvo largos segundos, hasta que Nadia decidió hacer algo. Apuntó su rostro
hacia arriba y dirigió la voz al asistente virtual:
- Alexa, ¿qué es esto?
La música pasó a un segundo plano y una voz
respondió.
- Buenas tardes, Nadia. – Las cámaras de la
cocina apuntaron hacia la ventana.
-
Es un
mirlo negro.
- ¿Es posible que, que… pueda hablar?
Se produjo una pausa.
- Las aves no hablan, algunas reproducen
sonidos similares a las palabras humanas. No es el caso del mirlo negro. Sus trinos
tienen otras funciones: atraer a sus parejas o advertir en caso de peligro. Se
caracterizan por su suave y armónica melodía. En Perú existe una banda musical
llamada Los Mirlos.
El pájaro se elevó con un par de poderosos aleteos
y se posó en la mesa de la cocina. La mujer estaba paralizada, una mezcla de
fascinación y sorpresa la mantuvieron en su lugar.
- Sírveme un vaso de whisky, por favor. – Le pidió el ave, aprovechando que Nadia
rellenaba su copa de vino y la vaciaba de un par de tragos. La voz del pájaro
era profunda y engolada. Parecía de otra época.
-
¿Qué?
- Un whisky, por favor. Sin hielo.
El timbre de voz era extraño, como el de los
galanes de las películas en blanco y negro que acostumbra a ver los domingos por
la tarde. Un escalofrío subió por su espalda. Intentó mantener la mirada del
pájaro, el mirlo tenía ojos tan negros como sus plumas y creyó ver en ellos unas
pestañas que los hacían más profundos.
- Alexa. – Se dirigió a su asistente
mientras se arreglaba la blusa. – ¿Es posible traducir el trino de los mirlos a
palabras?
-
Es
posible, si alguien hubiera desarrollado un algoritmo de ese tipo. - Hubo una pausa. – Nadie lo ha hecho aún. Pero
no obtendríamos mejores resultados a los encontrado en mamíferos superiores
como los chimpancés o los delfines.
-
O
sea, es imposible que un mirlo negro pueda hablar.
- Imposible, Nadia. Además, es imposible
porque el mirlo negro que está tomando del vaso que le acabas de servir no está
hablando.
Petrificada por la situación, Nadia intercaló
miradas cortas entre la copa y el pájaro. El mirlo negro levantó su vista hacia
ella después de terminar su trago y mantuvieron sus miradas por largos
segundos. Ella sintió rubor y bajó la vista. Pensó en su novio, miró su reloj,
quedaba algo menos de una hora para que la recogiera.
- ¿Por qué no lo llamas y le dices que hoy
no estarás con él?
-
¿Quién
eres? – Preguntó, mirando a su alrededor.
-
Perdón.
– Respondió el mirlo negro con un gesto de coquetería que a Nadia le pareció
muy galante. – Mi nombre es Vicente.
- ¿Vicente?
Estaba anonadada.
- Astaburuaga.
-
¿Astaburuaga?
– Sus ojos se abrieron risueños. El mirlo negro sonrió con ella.
-
Músico
de bar.
- ¡Músico de bar!
Nadia comenzó a reír y el mirlo negro también.
Algo extraño se instaló entre ellos y también a su alrededor. Ambos sintieron,
a su manera, que el mundo se convertía en un teatro en el cual eran los únicos
protagonistas. Nadia hizo un amague, el mirlo retrocedió con un saltito. Luego,
el pájaro tomo la iniciativa y ella saltó a otro lugar. Se desafiaron como lo
hacen dos adolescentes que no saben que el motor de su juego son las fuerzas de
los instintos más hermosos de la naturaleza. Nadia saltó sobre él y lo
persiguió. En el camino regó la copa en el piso y casi se tropieza con sus
zapatos. Le persiguió por todo el departamento. Parecía que le daría alcance,
pero el mirlo negro no se dejó atrapar y la esperó sobre el sillón de la sala.
Ella, jadeando por el esfuerzo y desarmada por la mirada del mirlo que la
esperaba sobre el brazo del sofá, vio abrir el pico del ave y se aprestó a
escuchar la voz que la cautivado.
- ¡Qué hermosa eres cuando te arrebatas! – Le
dijo y ella sintió calor en su rostro. El pájaro se elevó y voló hacia la
ventana, giró y la miró como lo hace un hombre que desea a una mujer. – Adiós, princesa.
Nadia corrió a la ventana y lo vio perderse contra
el sol que desaparecía detrás de los rascacielos de la ciudad. Allí esperó que
llegara la noche y fue a la sala. Una pluma negra estaba sobre el sillón. Se
sentó a su costado. Le escribió a su novio. No tenía ganas de verlo, no tenía
ganas de ver ni de hablar con nadie. Apagó el teléfono y las luces. La suave
melodía de bossa nova apareció detrás de su agitación. Apoyó su cabeza en un
cojín. Tomó la pluma del mirlo negro entre sus manos, cerró los ojos y la
acarició hasta dormirse.
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