Un fenómeno recorre el mundo, a pesar de ser un
sentimiento antiguo y recurrente. La indignación se manifiesta como lo hace el
dolor o la alegría, es parte de nuestra herencia más antigua, la que reacciona
instintivamente a los sucesos que nos rodean. Uno se indigna con uno mismo o
con algo externo. Con nosotros por un error que pudimos evitar o cuando nuestro
auto se detiene por una falla mecánica.
Se amplifica gracias a las nuevas tecnologías y a los
ideales de libertad y democracia que todos defendemos pero que parecen tan
precarios.
Cuando la indignación cae en terreno fértil se producen
cambios muy interesantes. Las buenas ideas nacen de la indignación:
“¡Carajo!, me están robando el trigo, pero no sé cuánto”,
debió gritar un rey sumerio cuando ordenó la solución que terminó en la
escritura y los números. “Estoy harto de que los ingleses sigan subiendo sus
impuestos, como si fuésemos sus siervos”, pudo reflexionar George Washington
ante el abuso del Imperio con su colonia. “¡Nadie se fija en mi!”, quizás gritó
el creador de Facebook en un momento de desesperación. “¡Dónde está la
información que necesito!” pudo pensar, desesperado, el creador de Google cuando
necesitaba hacer un trabajo en la universidad. O “¡Este café sabe a cualquier cosa!”, el
de Starbucks antes de inventar su sistema de cafeterías omnipresentes. Imagino
al de Uber perdiendo una entrevista de trabajo por no encontrar un taxi, o al
de Airbnb desesperado por buscarle alojamiento a alguien. Quizás, Guttenberg estalló de ira cuando se rompió por enésima vez la base de madera con la que imprimiría un encargo. Es posible que Alexander Fleming creara la penicilina indignado por las muertes por infección
en la primera guerra mundial.
Cohetes de SpaceX aterrizando. |
La disrupción se convierte en una solución cuando es
adoptada por la sociedad o por el mercado y genera un cambio en la industria en
la que participa. Así vemos hoteles que no son hoteles, taxis que no son taxis,
telcos que no son telcos, universidades que no lo son.
¿Qué condiciones requiere una industria para ser sensible
a una disrupción? Según MIT
Sloan,
1.- Que esa industria esté muy regulada o que la autorregulación
sea muy estricta (solo piense en Seguros o Banca).
2.- El modelo de costos de la empresa o de la industria
sean difíciles de entender (imagine al pobre Blockbuster con su alquiler con
multa versus el de Netflix y su suscripción on-demand).
3.- Que la experiencia de los clientes no sea positiva,
solo basta con que sea neutral (pobres taxistas).
Si eres inflexible, nadie entiende bien por qué cobras lo
que cobras, y nadie está dispuesto a defenderte, el mercado está listo para experimentar
una nueva solución.
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Durante años, Apple fue el ícono de la disrupción y ahora
es víctima de ella.
Nadie se salva de la indignación disruptiva.
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