Si nos remitimos a las noticias ya sea en medios oficiales, opositores o independientes un porcentaje importante están relacionadas a hechos vinculados con la corrupción. Y muchas de las conversaciones públicas y privadas están relacionadas al mismo tema. Que Fujimori, que Castillo, que Dina, que congresista tal, que empresario tal, que Toledo, que Ollanta, que Odebrecht, que Petroperú, que la compra de puestos en la policía, que la asignación a dedo de un proveedor, que el dueño de una universidad, que el director un tal ong, que la mocha sueldo, que el amigo que pidió una comisión… Nadie se salva.
¿Todo es corrupción?, ¿qué es corrupción?
En una sociedad como la nuestra, la corrupción está asociada a la decadencia de los valores que la constituyen, porque nada se puede liberar de sus garras. Desde esta perspectiva podríamos afirmar que es el reflejo de una sociedad cuyas instituciones son inviables, como lo es un soporte de metal atacado por el óxido o un árbol devorado por las termitas. Sin embargo, también podríamos decir que es una señal de mal funcionamiento de una institución y que, corrigiéndola, se podrían arreglar muchas cosas.
Las contradicciones emocionales son claras respecto de este tema como las de otros tópicos importantes. Recordé las encuestas del tipo: la sociedad peruana ¿es racista?: 99% responde que sí; ¿usted es racista?, 99% responde que no. No me extrañaría encontrar algo similar: ¿cree que su país es corrupto?, 99% respondería que sí; usted, ¿usted se considera corrupto? 99% diría que no.
Una trampa común es quedar preso de las emociones que activa la corrupción: la rabia, la envidia, la tristeza, la codicia, entre tantas, y caer en la trampa de los argumentos que la justifican: justicia, eficiencia, racionalidad, ventaja, oportunidad, estupidez, incompetencia, etc.
- Corromper a un torturador para que deje de torturar ¿es correcto?
- Pasarle un billete a un guardia y que este lo acepte para que te deje entrar antes a un concierto y tomar una mejor posición ¿es corrupción?
- Que un mozo acepte un billete tuyo en una fiesta para que te atienda como un rey en detrimento de atender a otros con la misma calidad, ¿es corrupción?
- Si el responsable se niega a darte una cama UCI porque una norma o regla del hospital está mal hecha, sobornarlo para salvar la vida de un familiar y él aceptar el soborno, ¿es corrupción?
- Si eres el responsable de una licitación y privilegias a un amigo sobre otra empresa que ha presentado una mejor oferta porque te lo pide y tú lo ayudas, ¿es corrupción?
El problema de la corrupción es que los juicios sobre ella están asentados sobre una base emocional, y un gran “depende” siempre queda flotando, como sucede con los ejemplos del torturador y de la cama UCI.
Necesitamos una definición que sea objetiva y neutra, que permita identificar claramente qué es y no es corrupción, y luego hacer un juicio moral, comunicar y actuar en consecuencia.
Quiero sugerir que la corrupción se encuentra en el ámbito del deber, específicamente del deber posicional. Un deber posicional es aquel que uno ejerce en virtud a una decisión voluntariamente aceptada. Un profesor, un funcionario público, un congresista, el presidente de la nación, un periodista, un ejecutivo, un sacerdote, por ejemplo, son personas que deberían actuar en función a la posición que han elegido ejercer.
La corrupción está relacionada al privilegio del interés personal sobre el mandatado de la posición ejercida y de las reglas que la norman, en traicionar ese mandato por el privilegio personal: la corrupción obedece al cálculo de obtener un beneficio a costa del abandono del deber posicional.
Normalmente, la corrupción se disfraza con la retórica del apego y respeto a la ley, a los símbolos o rituales de una institución ¿Cuántas veces hemos visto a servidores públicos prontuariados llorar ante el izamiento de la bandera nacional, a líderes sindicales romperse las vestiduras por los trabajadores mientras reciben prebendas gracias a su posición, a personas de dudosa reputación en rituales religiosos golpeándose el pecho y cantando los himnos a su dios?
La corrupción es el abandono de un deber posicional, público o privado, en favor de un interés propio, que se disfraza con la retórica del apego y respeto a la ley y que está sometido a un juicio crítico de la moral.
Dicho esto, es mucho más fácil juzgar. Un servidor público que se sirve del estado para su beneficio es corrupto; un ejecutivo que se sirve de su posición y deja sus deberes a cambio de algún beneficio es corrupto; un funcionario que pide una coima para destrabar un proceso normado es corrupto; un médico que recibe dinero para dejar pasar a un paciente terminal es corrupto; un sacerdote que se beneficia de sus feligreses más que la iglesia que representa es corrupto; el torturador que acepta dinero para dejar de torturar es corrupto; un empresario de un medio de comunicación que recibe dinero de la autoridad para guiar los contenidos periodísticos es corrupto; un policía que recibe una coima para no cursar una multa bien establecida es corrupto, una persona que adelanta un dinero para no hacer cola, es corrupto. Son corruptos los que ofrecen y reciben, porque ambos entienden que se benefician por el quiebre del deber posicional. Si moralmente se justifica o no, es otro tema.
¿Por qué es importante para la comunicación entender el asunto? Porque la comunicación tiene tres dimensiones, la semántica, la sintáctica y la pragmática. La primera está relacionada con el intercambio de significados, la segunda con el uso correcto de los signos y la tercera con la acción comunicativa, con el efecto que produce en el receptor. Si un concepto tan relevante como corrupción no es entendido en su correcta dimensión, será difícil compartir significados y generar reacciones adecuadas.
En el siguiente artículo veré el tema del tipo de sociedad que impulsa a la corrupción y el rol de la comunicación en ella.
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