Hola a todos y mil gracias por estar aquí acompañándome en el lanzamiento de La vespa rosada. A mi familia, a mi madre, mis hermanos, sobrinos, primos, a mis amigos y a mis compañeros.
Agradezco a Mónica Tejos quien ha sido la guía de este trabajo, sin su paciencia, profesionalismo y buen humor habría sido imposible estar acá.
Agradezco, también, a mi querido colega y amigo Julio Flores por sus generosas palabras y a mi profesor Carlos Yushimito que me impulsó a terminar el relato titulado Wayku, con el que di inicio a la tarea iniciar este proyecto.
Pero, sobre todo, quiero agradecer a Katia, mi esposa y compañera de viaje, por su apoyo, por darme los grados de libertad necesarios para hacer tantas cosas, por su amor. Nos acompaña Emi, mi hija en representación de sus hermanos Valentina y Tomás. Ellos fueron mis cómplices y testigos del desarrollo de estos cuentos, ellos supieron antes que nadie que había uno titulado El tren instantáneo, otro La vespa rosada, y así. Fueron testigos en un viaje que hicimos a Europa de las últimas correcciones que hacía mientras nos movíamos en tren o antes de ir a dormir.
Toda ficción es una autobiografía, quizás por eso mi trabajo final en el Magister de Escritura Creativa que terminé hace poco en la Universidad Adolfo Ibáñez se llama Autoinvención, porque no hay forma de escribir sobre cualquier cosa evitando nuestra propia forma de ver el mundo. Hay quienes pueden hacerlo desde arriba, como un dios omnisciente, son los genios que nos sorprenden como mi querido Anton Chejov, o Tolstoi, o Tabucchi, o Borges, Poe, Manuel Rojas o Roberto Bolaños, pero, incluso ellos no pueden escapar a los encuadres que sus propias historias e interpretaciones de la realidad los someten. El solo hecho de decidir qué escribir es una señal de quién es el autor.
Dicho esto, la Vespa rosada dice mucho de su autor, de mí, algunas historias suceden en Chile, otras en Perú, una en México y otra en Rusia, de algunas fui testigo o actor secundario, de otras fui inspirado por sucesos que me contaron, todas están salpicados por la imaginación y la invención, en realidad, todas son una invención, porque siguiendo mi tesis de que es imposible relatar los hechos tal como sucedieron, porque la memoria y los datos no son suficientes, tuve que echar mano a la creatividad para unir sucesos que parecían inconexos, darles brillo y tensión. Al leer La vespa rosada, verán que todos los relatos tienen vasos comunicantes. Para quienes me conocen bien, podrán descubrirlos rápidamente. Es un libro de relatos de ficción, nada de lo que cuento fue tal como sucede allí, es imposible que así sea, pero allí estoy, en cada una de las líneas escritas.
El primer relato, Regresión, es la historia de un muchacho inquieto por una fijación con las tierras altas de Escocia, que se somete a una regresión, para descubrir que tenía un trauma no resuelto en una vida anterior.
El segundo, Pakal, es la historia del mismo muchacho, Vicente Ferrer, que narra muchos años después a un amigo, una historia que le sucedió en Palenque la ciudad maya al sur de México, y que lo marcará de por vida.
El tercero, el tren instantáneo, es la narración del viaje que hace Vicente a Vladivostok, Rusia, como resultado de la recomendación de su psicoanalista. Esta historia está inspirada en una idea de Nicanor Parra.
El cuarto, Wayku, fue el que dio inicio a la idea de este libro. Está inspirado en las anécdotas e historias que me han contado muchos amigos mineros en Perú, en especial el buen Jean Pierre Padrón.
El quinto, el que da el título al libro, La vespa rosada. Es la historia de lo que una moto puede hacerle a uno si no la trata con respeto. Yo tuve una Vespa, no rosada, sí negra, que mi inconsciente trajo a la superficie para hacerla vivir.
El sexto y último, El insoportable. Aquí cito a mi amigo, el poeta José Luis Mejía, "es la historia de un quico escondiéndose en un bar para no mostrar la verdadera piel entre los suyos…"logró su cometido de serme odioso y vil, sobre todo en su trato a los empleados del bar".
Durante muchos años hemos venido conversando con Matías Movillo, gran artista, gran amigo y sparring en temas sesudos e intelectuales, al que aprovecho de publicitar la muestra de sus últimas obras que están siendo exhibidas estos días. Él me ha enseñado que una obra es lo que es, es lo que muestra y que el artista o autor no debe esperar una interpretación más allá de lo que la cosa, el artefacto o el objeto expresa con su materialidad. Si otros interpretan, allá ellos, pero el valor de la obra es por lo que es.
He pensado mucho en esto cuando el libro terminado llegó a mis manos. Haciendo una analogía, lo que leerán es lo que leerán, no hay segundas ni terceras intenciones, son historias que narran aventuras de sus personajes, con acciones, tramas, nudos y resoluciones que son los que son. Podrán decir que Vicente Ferrer es Benjamín Edwards, pero no, Vicente es Vicente, es un ser autónomo que vive en otra dimensión (la de mi imaginación) y que se nutrió de ella para poder existir. Lo mismo sucede con Anselmo Ruiz, Ignacio Bustamante o Ramón Cangallo.
Y no me estoy contradiciendo con lo que dije en un inicio, porque si bien no soy ninguno de los protagonistas que aparecen en los relatos, sí soy los relatos y esos relatos soy yo.
Mil gracias por acompañarme hoy, estoy muy feliz.
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